Algunas
personas me han animado a exponer algunas ideas sobre como percibo la situación
de los estudiantes de arquitectura en estos momentos. Aunque son anteriores a
la reunión del 18 octubre, creo que son oportunas para alimentar el impulso
colectivo que venturosamente emergió en ese primer contacto.
Vivimos
una época llena de paradojas. Ahí tenemos millones de viviendas sin habitantes
y millones de personas sin vivienda digna. Nunca como ahora ha habido tantos
recursos (humanos y materiales), tanto dinero y nunca también tanto desastre.
También
es una época ominosa, los del 1% dicen al 99% ¿dónde vais, que hacéis si los
gobiernos, los ejércitos, los medios de comunicación, los recursos productivos
y el dinero lo tenemos nosotros?
Y
sin embargo sí podemos, lo sabemos. No se trata de ilusiones ni de un
voluntarismo ingenuo o desesperado. Si ellos tienen el poder nosotros tenemos
la potencia.
Durante
más de dos siglos se ha venido diciendo: o eres propietario de capital, o eres
trabajador, y entonces sólo te queda vender su fuerza de trabajo, es decir
venderte tú mismo, y al precio que nosotros digamos. Bien, diréis, eso puede
discutirse, dado que también hay mucha gente en una posición intermedia,
personas que disponen de recursos suficientes para no malvender su trabajo. Es
verdad, pero también lo es que en los momentos de crisis económica esas capas
intermedias son laminadas y la polarización social vuelve a ser despiadada.
Eso
pasa ahora mismo, es bien sabido. Sólo que esta crisis puede ser diferente. Mi
opinión es que estamos en los comienzos de una mutación histórica formidable.
Hay muchos signos de esto. Yo me fijo especialmente en el modo en que pensamos,
y sus expresiones: las ideas, los conceptos, los nuevos significados de las
palabras. Antes, cuando se hablaba de capital se tenía bien claro que más o
menos nos referíamos a los factores productivos cuyo valor se puede medir en
dinero. Desde no hace mucho, que yo sepa, se habla de otros capitales. Algunos
de ellos se pueden convertir en capital económico propiamente dicho; otros no,
debido a que no son segmentables, son de todos, no pueden ser propiedad de
individuos o empresas. Al margen de la incomodidad de hablar en estos términos,
traduciendo todo al lenguaje economicista, y también al margen del escaso rigor
de usarlos para referirse a estas cosas, lo interesante es que hay una gran
cantidad de recursos a nuestro alcance, como mostraba muy oportunamente el
artículo que mandó Álvaro Carrillo sobre la metonimia de los recursos.
Así
es el capital social,
en la acepción que nos interesa, cuando es referido a ciertas virtudes de la
colectividad (como nivel educativo, cohesión social, confianza mutua, eficacia
de las instituciones, reciprocidad, solidaridad, creatividad, etc.), que
favorecen las iniciativas empresariales. Lo que nos sugieren las teorías sobre
el capital social es que existe un factor productivo trascendental, no
monopolizable, irreductible a las capacidades de los trabajadores tomados
individualmente, un verdadero medio de producción de naturaleza intangible, que
a diferencia de los sistemas de organización del trabajo implantados e
impuestos por las direcciones de las empresas, es indisociable de la comunidad
humana como un todo. La conclusión es que dicha comunidad humana es ya
productiva por sí misma, al margen de que su actividad se pueda considerar como
económica.
Además
de éstas constataciones genéricas menciono, por si alguien desea profundizar en
estos temas, ejemplos de cuestiones propias del actual momento histórico que
refuerzan la tesis aquí expuesta: el concepto del general intellect, recuperado de Marx, y renovado desde los años 70
(por ejemplo por Paolo Virno);
la polinización económica (metáfora propuesta por Yann
Moulier-Butang); o los modelos de producción
distribuida propios del mundo hacker. A todo ello se suma que la misma
actividad de producción de nuevas mercancías se sustenta en gran medida en la
captura de esa productividad difusa mediante el coolhunting, las muchas técnicas del marketing y las propias de las
redes sociales propietarias en internet, con lo cual se reconoce la existencia
de esa potencia primordial que no reside en los individuos, sino en sus relaciones.
Tenemos,
pues, una potencia creativa y productiva que no necesitan capital económico. Su
fuerza dependerá de la calidad de las relaciones entre nosotros.
Ahora
expongo algunas ideas sobre el trabajo interno, el tiempo dedicado al
empoderamiento de ls que podríamos seguir con esto. Aunque la Escuela de
Arquitectura sea cosa a menudo fastidiosa y a veces odiosa, también podríamos
considerarla de manera más positiva, pero no como institución, sino como
edificio, justamente como arquitectura, como espacio que propicia el que mucha
gente pueda relacionarse de manera presencial, espacio para los cuerpos y sus
infinitos lenguajes, también el oral, claro (estaría muy bien hacer un análisis
de la escuela como espacio que se habita ¿qué es posible hacer, qué esta
permitido o prohibido, qué conexiones entre individuos favorece o dificulta, en
qué condiciones?).
No
solo es espacio, también es tiempo, un tiempo no presionado por el trabajo (o
con angustia por estar en paro), una vez obtenido el título, y previo a éste.
Cuando se acaba la carrera nos dispersamos y algo importante se pierde, ese
nosotros difuso y cambiante que duró algunos meses o años y que tiene mucha
potencia; un capital social en sentido amplio que permitiría preparar un
desembarco en la vida profesional más inteligente y menos traumático.
Y
con menos riesgos de quedarse como individuos encapsulados e impotentes, que es
a lo que se tiende, haciéndose triste realidad lo que decía M. Thatcher: no hay
sociedad, solo individuos; es decir no hay capital social, solo lo que tienen
los individuos, capacidad de trabajo o capital propio (dinero, bienes,
reputación, influencias personalizadas).
Eduardo
Serrano, 30 de octubre de 2013
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