viernes, 7 de marzo de 2014

Lo que tenemos. El capital social



Algunas personas me han animado a exponer algunas ideas sobre como percibo la situación de los estudiantes de arquitectura en estos momentos. Aunque son anteriores a la reunión del 18 octubre, creo que son oportunas para alimentar el impulso colectivo que venturosamente emergió en ese primer contacto.

Vivimos una época llena de paradojas. Ahí tenemos millones de viviendas sin habitantes y millones de personas sin vivienda digna. Nunca como ahora ha habido tantos recursos (humanos y materiales), tanto dinero y nunca también tanto desastre.

También es una época ominosa, los del 1% dicen al 99% ¿dónde vais, que hacéis si los gobiernos, los ejércitos, los medios de comunicación, los recursos productivos y el dinero lo tenemos nosotros?

Y sin embargo sí podemos, lo sabemos. No se trata de ilusiones ni de un voluntarismo ingenuo o desesperado. Si ellos tienen el poder nosotros tenemos la potencia.

Durante más de dos siglos se ha venido diciendo: o eres propietario de capital, o eres trabajador, y entonces sólo te queda vender su fuerza de trabajo, es decir venderte tú mismo, y al precio que nosotros digamos. Bien, diréis, eso puede discutirse, dado que también hay mucha gente en una posición intermedia, personas que disponen de recursos suficientes para no malvender su trabajo. Es verdad, pero también lo es que en los momentos de crisis económica esas capas intermedias son laminadas y la polarización social vuelve a ser despiadada.

Eso pasa ahora mismo, es bien sabido. Sólo que esta crisis puede ser diferente. Mi opinión es que estamos en los comienzos de una mutación histórica formidable. Hay muchos signos de esto. Yo me fijo especialmente en el modo en que pensamos, y sus expresiones: las ideas, los conceptos, los nuevos significados de las palabras. Antes, cuando se hablaba de capital se tenía bien claro que más o menos nos referíamos a los factores productivos cuyo valor se puede medir en dinero. Desde no hace mucho, que yo sepa, se habla de otros capitales. Algunos de ellos se pueden convertir en capital económico propiamente dicho; otros no, debido a que no son segmentables, son de todos, no pueden ser propiedad de individuos o empresas. Al margen de la incomodidad de hablar en estos términos, traduciendo todo al lenguaje economicista, y también al margen del escaso rigor de usarlos para referirse a estas cosas, lo interesante es que hay una gran cantidad de recursos a nuestro alcance, como mostraba muy oportunamente el artículo que mandó Álvaro Carrillo sobre la metonimia de los recursos.

Así es el capital social, en la acepción que nos interesa, cuando es referido a ciertas virtudes de la colectividad (como nivel educativo, cohesión social, confianza mutua, eficacia de las instituciones, reciprocidad, solidaridad, creatividad, etc.), que favorecen las iniciativas empresariales. Lo que nos sugieren las teorías sobre el capital social es que existe un factor productivo trascendental, no monopolizable, irreductible a las capacidades de los trabajadores tomados individualmente, un verdadero medio de producción de naturaleza intangible, que a diferencia de los sistemas de organización del trabajo implantados e impuestos por las direcciones de las empresas, es indisociable de la comunidad humana como un todo. La conclusión es que dicha comunidad humana es ya productiva por sí misma, al margen de que su actividad se pueda considerar como económica.

Además de éstas constataciones genéricas menciono, por si alguien desea profundizar en estos temas, ejemplos de cuestiones propias del actual momento histórico que refuerzan la tesis aquí expuesta: el concepto del general intellect, recuperado de Marx, y renovado desde los años 70 (por ejemplo por Paolo Virno); la polinización económica (metáfora propuesta por Yann Moulier-Butang); o los modelos de producción distribuida propios del mundo hacker. A todo ello se suma que la misma actividad de producción de nuevas mercancías se sustenta en gran medida en la captura de esa productividad difusa mediante el coolhunting, las muchas técnicas del marketing y las propias de las redes sociales propietarias en internet, con lo cual se reconoce la existencia de esa potencia primordial que no reside en los individuos, sino en sus relaciones.

Tenemos, pues, una potencia creativa y productiva que no necesitan capital económico. Su fuerza dependerá de la calidad de las relaciones entre nosotros.

Ahora expongo algunas ideas sobre el trabajo interno, el tiempo dedicado al empoderamiento de ls que podríamos seguir con esto. Aunque la Escuela de Arquitectura sea cosa a menudo fastidiosa y a veces odiosa, también podríamos considerarla de manera más positiva, pero no como institución, sino como edificio, justamente como arquitectura, como espacio que propicia el que mucha gente pueda relacionarse de manera presencial, espacio para los cuerpos y sus infinitos lenguajes, también el oral, claro (estaría muy bien hacer un análisis de la escuela como espacio que se habita ¿qué es posible hacer, qué esta permitido o prohibido, qué conexiones entre individuos favorece o dificulta, en qué condiciones?).

No solo es espacio, también es tiempo, un tiempo no presionado por el trabajo (o con angustia por estar en paro), una vez obtenido el título, y previo a éste. Cuando se acaba la carrera nos dispersamos y algo importante se pierde, ese nosotros difuso y cambiante que duró algunos meses o años y que tiene mucha potencia; un capital social en sentido amplio que permitiría preparar un desembarco en la vida profesional más inteligente y menos traumático.

Y con menos riesgos de quedarse como individuos encapsulados e impotentes, que es a lo que se tiende, haciéndose triste realidad lo que decía M. Thatcher: no hay sociedad, solo individuos; es decir no hay capital social, solo lo que tienen los individuos, capacidad de trabajo o capital propio (dinero, bienes, reputación, influencias personalizadas).


Eduardo Serrano, 30 de octubre de 2013

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